Cae la tarde, a llegado el momento de rendir homenaje a nuestra patrona, a hombros de jóvenes villariegos pasea nuestra señora, la acompaña la autoridad, guapas mujeres de mantilla, cofrades, alabarderos, y ruidosos escopeteros, entre vivas y aplausos pasea entre la gente, se acerca a ese lugar donde la espero impaciente, siempre en el mismo sitio, siempre en el mismo lugar, mi corazón se acelera, yo no lo puedo evitar, ahí viene la Señora, guapa y esplendorosa cuidada como una rosa, se aproxima lentamente y siento un escalofrío que se concentra en mi mente, escucho con claridad como se agranda el silencio, puedo percibir el fino olor de sus flores, se detiene ante mí, se calma mi corazón y desaparecen mis sudores.
En este estado emocional miro fijo yo sus manos, esperando una señal, pero sus manos no se mueven, sus manos no dicen nada.
Miro después yo sus labios, esperando una palabra, pero sus labios no se mueven, sus labios no dicen nada.
Miro el brillar de sus ojos, esperando una mirada, pero sus ojos no me miran, sus ojos no dicen nada, lo que busco lo encuentro en la expresión de su cara, que sobre mí proyecta un chorro de paz que llena mi cuerpo vacío, igual que el suave pecho de la madre alimenta al recién nacido.
Ya ha pasado el momento, ya se aleja mi Señora, ya se acabó el silencio, suenan los vivas a la patrona, miro a mi alrededor y extrañamente nadie advirtió en mi el momento que viví, la paz que me dejó este momento no se puede explicar con palabras o al menos yo no las encuentro, para mí que no existen palabras que penetren tan adentro.
Amparado en el anonimato he querido expresar la grandeza de un momento, de un estado emocional, de un fuerte sentimiento, que me llena de felicidad.
No deseo notoriedad, solo espero que este momento se repita en el tiempo, así lo vivo y lo siento.
Un villariego que quiere a su patrona.
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