Cuando yo era muy joven
veía cada mañana
los yunteros de mi pueblo
ir en busca la besana.
Era con yuntas de mulas,
de vacas o asnos capones,
por calzado unas abarcas
camino de sus labores.
Las rejas de los arados
surcaban de alba a ocaso
la tierra que había de darles
aceite y pan para el año.
Eran labriegos pacientes,
nobles, leales y honrados
con manos encallecidas
de las hazadas y arados.
Para la oliva dos vueltas,
otras dos para las huertas,
otra alzando los barbechos
y en septiembre la cimienta.
En octubre y noviembre
los suelos había que hacer
para en los meses siguientes l
a aceituna recoger.
Eran los días de invierno
tiempo de recolección con escarcha,
barro y frío currando de sol a sol.
Los hombres piqueta en mano
vareaban las olivas
mientras mujeres y niños
del suelo las recogían.
El manigero o patrón
repetía constantemente
que no se quede ni una
pues todas tienen aceite.
Yo con nostalgia recuerdo
de los tajos su alegría
entre cánticos y bromas
¡Qué bien pasaban el día!
Terminada esta faena
otro ciclo a comenzar
el yuntero a la besana
y los demás a podar o las siembras escardar.
Salvo los días de lluvia
o las fiestas patronales
durante el día en el pueblo
apenas quedaba nadie.
El barbero, el practicante,
algún que otro tendero,
el médico, el alguacil,
el boticario o el maestro.
El resto cual gorriones
temprano por la mañana
salían de sus hogares
en busca de la pitanza.
Se recogía el ramón
para hornos y tejares
los palos para en invierno
cocinar y calentarse.
No había hierba comestible,
bellota, higo ni breva,
melón, sandía o aceituna
que en el campo se pudriera.
Insecticidas y herbicidas
no se habían inventado
todo se podía comer
sin caer envenenado
y beber agua sin riesgo
en cualquier arroyo o charco.
Si algo no se recogía
teníamos mucho ganado
que aprovechaba los pastos
y lo que se hubiese quedado.
De éste obteníamos la leche,
carnes, quesos y jamones
y también nos ayudaban
en transportes y labores.
Hoy apenas hay ganado,
no se aran las olivas,
no se siembran los barbechos
ni se crían hortalizas,
parte de lo que se cría
tirado queda en el campo
que se pudre y desperdicia
¿Es que hemos olvidado
las carencias del pasado?
Que el desorden trae orden
solía decirme mi pueblo
a finales de los treinta
cuando yo era un jovenzuelo.
¡Quiera Dios que este desmadre
no lo paguen nuestros nietos
y tengan que usar de nuevo
las abarcas de pellejo!
Con tanto que se habla
y escribe del hambre en nuestro
planeta la bolsa de la basura
de pan tiramos repleta.
Se perdió el temor a Dios
y el amor al semejante
pasarlo bien cada día,
sin pensar en los demás,
es lo único importante.
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