Me piden que os cuente algo de mí. Me llamo Los Villares, tal como soy ahora nací en el año 1.539 de padres íberos, romanos y algunos otros, os contaría que soy un pueblo bonito, tranquilo, sin apenas sorpresas, como tantos otros pueblos que no han dejado de serlo; me sitúo entre montañas rotas por las manos y hazadas de mis gentes que las hicieron productivas cuajándolas de olivas. Mis ríos: Eliche y el manantial de Río Frío, que dan sus aguas ya nombradas en el siglo XVI como las mejores de la tierra. Mis villariegos... ¿qué os diría yo de esa gente que me habita?... trabajadores en su labor agrícola y artesana; alegres y ociosos en sus fiestas, orgullosos de su tierra sin dejar por eso de compartirla con el forastero que acude a disfrutarla.
Me cuentan algunos hermanos que nacieron siendo pueblos y se han convertido en algo extraño, perdiendo así la esencia que nos unía; los vecinos en las puertas eternamente abiertas, los niños en las calles, la seguridad y el apoyo en las dificultades, y ¿cómo no? el «cotilleo» pánico de todos los pueblos, unido a todos nosotros porque va unido a nuestros moradores.
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